viernes, 20 de marzo de 2015

El violinista victorioso



En una época no muy lejana, vivió un violinista llamado Paganini. Muchos creían que era un artista sobrenatural y que tenía un don especial para el violín. Una noche,  tras recibir una ovación delirante, empezó a tocar. Lo que siguió fue indescriptible porque todas las notas que nacían del movimiento de sus dedos dibujaban una melodía perfecta y preciosa en el aire. De repente, un sonido extraño acabó con el encantamiento: se había roto una cuerda del violín. El director y la orquesta se detuvieron y el público dejó de respirar. El intérprete siguió tocando como si nada hubiera ocurrido y todo recuperó la normalidad. Pero otro ruido hizo enmudecer a la sala. A Paganini se le había partido otra cuerda sin embargo, continuó con la pieza, sacando deliciosos sonidos del instrumento. En medio del concierto, una tercera cuerda saltó por los aires. El director se quedó pálido y Paganini, como un contorsionista musical, arrancó todos los sonidos posibles de la única cuerda que le quedaba. Espectadores y músicos se pusieron en pie y empezaron a gritar, aplaudir e, incluso, a llorar de emoción.
Aquella noche, Paganini alcanzó la gloria y el mayor de los triunfos, porque a lo largo de su vida había aprendido que la victoria es el arte de continuar donde todos resuelven parar.

La pequeña granja y la vaca (Pablo Coelho)



Un filósofo paseaba por un bosque con un discípulo conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que está delante de nosotros nos ofrece una oportunidad de aprender o enseñar.
En este momento cruzaban el portal de una granja que, aunque muy bien situada en un hermoso paraje, tenía una apariencia miserable.
Llamaron a la puerta y fueron recibidos por los moradores: un matrimonio y tres hijos, con las ropas sucias y rotas.
- Usted está en medio de este bosque y no hay ningún comercio en los alrededores- dijo el maestro al padre de familia - ¿Cómo sobreviven aquí? - Y el hombre, calmadamente respondió: - Amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto la vendemos o la cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimento: con la otra parte producimos queso, cuajada y mantequilla para nuestro consumo. Y así vamos sobreviviendo -
El filósofo agradeció la información, contempló el lugar durante algunos instantes y se marchó, En mitad del camino dijo al discípulo:
- Busca esa vaca, llévala hasta ese precipicio que tenemos enfrente y tírala abajo. - 
- ¡Pero si es el único medio de sustento de aquella familia! -

El filósofo permaneció mudo. Sin otra alternativa, el muchacho hizo lo que le habían ordenado y la vaca murió en la caída.
La escena quedó grabada en su memoria. Pasados muchos años, cuando ya era un exitoso empresario, decidió volver al mismo lugar, confesar todo a la familia, pedirles perdón y ayudarlos financieramente.
Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en una bella finca, con árboles floridos, coche en el porche y algunos niños jugando en el jardín. Se desesperó al pensar que aquella humilde familia había tenido que vender la propiedad para sobrevivir. Apresuró el paso y fue recibido por un casero muy simpático.
¿A dónde fue la familia que vivía aquí hace diez años?. Preguntó. Continúan siendo los dueños, fue la respuesta. Asombrado, entró corriendo en la casa, y el propietario lo reconoció. Le preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba ansioso por saber cómo había conseguido mejorar la granja y situarse tan bien en la vida:
Bien, nosotros teníamos una vaca, pero se cayó al precipicio y murió, dijo el hombre. Entonces, para mantener a mi familia, tuve que plantar verduras y legumbres. Las plantas tardaban en crecer, así que comencé a cortar madera para su venta. Al hacer esto, tuve que replantar los árboles, y necesité comprar semilla. Al comprarlas, me acordé de las ropas de mis hijos y pensé que tal vez podía cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando la cosecha llegó, yo ya estaba exportando legumbres, algodón, y hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta de todo mi potencial aquí.
¡Fue una suerte que aquella vaca muriera!

EL caballo y el asno


Un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.