miércoles, 30 de enero de 2019

Todas las personas somos importantes


Un capitán de barco y su jefe de ingenieros estaban un día hablando y empezaron a discutir sobre cuál de los dos era más importante para que el barco navegara. Como la conversación se tornó acalorada, el capitán decidió que por un día cambiarían de trabajo: el jefe de ingenieros estaría en el puente de mando y el capitán en la sala de máquinas. De esta manera, comprobarían en primera persona quién de los dos era más imprescindible.

A sólo unas pocas horas de haber iniciado el experimento, el capitán salió medio ahogado de la sala de máquinas. Estaba completamente sudado y sus manos, su cara y su uniforme, llenos de grasa y aceite. Corriendo, subió al puente de mando y dijo gritando: «¡Jefe! Creo que tiene que venir rápidamente a la sala de máquinas. No puedo hacer que los motores anden». «Por supuesto que no puede, acabo de encallar el barco», le respondió el jefe de ingenieros con cara de circunstancia.


La soberbia asoma cuando creemos que somos únicos e imprescindibles y que el mundo depende de nosotros. En la vida estamos rodeados de personas y cada una tiene un papel que desarrollar. Tomemos conciencia de que todos somos importantes y nos necesitamos unos a otros para funcionar.

El efecto 99



Esta era una vez un rey que estaba en busca de la felicidad ya que aun cuando tenía todos los placeres a su alcance debido a su inmensa riqueza, siempre se sentía vacio y nunca estaba satisfecho con lo que poseía. Tal era su infelicidad que admiraba a uno de sus sirvientes más pobres, que sin importar su condición económica, irradiaba dicha y gozo sincero por la vida.Motivado por lo anterior, fue con el sabio del reino a solicitar su consejo y le pregunto: ¿Cómo es posible que uno de mis sirvientes, aun siendo pobre sea más feliz que yo, el gran rey?
El sabio hizo una pausa y le contesto: Para poder explicarte la razón de tu infelicidad y de casi todos los hombres, necesito que comprendas EL EFECTO 99.
¿Y qué significa eso? pregunto el rey. Para que lo puedas comprender necesito que consigas un costal con 99 monedas de oro. Ya que lo hayas conseguido ven y podré explicarte.El Rey ni tardo ni perezoso fue de inmediato a conseguir lo que el sabio le había pedido y regreso con el. El sabio le dijo que lo que seguía para poder comprender EL EFECTO 99 era que siguieran a escondidas al sirviente hasta su casa, cosa que hicieron esa misma noche.
Cuando el sirviente entro a su casa, el sabio puso el costal con las 99 monedas en la entrada de su casa, toco a la puerta y corrió a ocultarse junto con el rey.
Cuando el sirviente salió, vio el costal, lo recogió y se metió de nuevo a su hogar.El sabio y el rey prosiguieron a espiarlo desde la ventana.
Cuando abrió el costal, el sirviente quedo asombrado con su contenido, estaba encantado y sin perder tiempo comenzó a contar todas las monedas. Cuando terminó el conteo, se rascó intrigado la cabeza y comenzó de nuevo el conteo ya que el suponía que le hacía falta una moneda para completar las 100.
Al terminar el segundo recuento el sirviente se desespero y comenzó a buscar debajo de la mesa sin rastro alguno de esa moneda perdida, por lo que comenzó a angustiarse.
Fue entonces cuando el sabio le dijo al Rey: Te das cuenta, eso es justamente a lo que me refería con el efecto 99. El sirviente, al igual que tu, han dejado de valorar la mayoría de sus bendiciones para enfocarse en los pequeños detalles que “creen” les hacen falta. En ello radica la infelicidad del ser humano.

La mujer y el león


En una aldea en Etiopía, un hombre y una mujer viudos decidieron formar juntos una nueva familia. Sin embargo, había un problema, él tenía una hija de corta edad que no había superado aún la muerte de su madre. Ella intentó ganarse su cariño, pero pasada la primera semana, la pequeña ni siquiera le dirigía la palabra. La mujer, impotente, decidió ir a un hechicero. «¿Qué puedo hacer para que la niña me acepte?», le preguntó. Y éste respondió: «Me has de traer tres pelos del bigote de un león». Ella salió preocupada, preguntándose cómo le podía sacar tres pelos al fiero animal sin que éste la devorara.
Al ver un león, guardó distancia y lo observó desde lejos durante un rato. Pasado un tiempo, se acercó, le dejó un trozo de carne y se volvió a alejar. Repitió esta acción durante días y el animal se acostumbró a la presencia de la mujer. Hasta que un día, ésta pudo quitarle los tres pelos sin problemas cuando el león dormía. Enseguida fue a llevarlos al hechicero. De camino, se dio cuenta de que ya sabía cómo conseguir el cariño de la pequeña: teniendo paciencia. Como había hecho con el león, debía acercarse poco a poco a ella, respetando su actitud y su territorio, esperando fielmente. Es bien cierto que con paciencia es más fácil acabar conquistando el corazón de las personas.

El avaro y el oro


Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio. 
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela. 
El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente. 
Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole: 
-Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco. Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.
“Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan”.