martes, 13 de octubre de 2015

Los ciegos y el elefante

                                    

Un día seis sabios quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto.
El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: “No cabe duda, el elefante es como una pared”.
El segundo, palpando el colmillo, gritó: “Esto es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza”.
El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: “¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente”. El cuarto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: “Está claro, el elefante, es como una columna”.
El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: “Aun el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico”.
El sexto, quien tocó la oscilante cola apuntó: “El elefante es muy parecido a una soga”.
Y así, los sabios discutieron largo y tendido, cada uno excesivamente terco en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, todos estaban equivocados.

El plebeyo y los 100 dias

                         


Hace mucho tiempo una bella princesa estaba buscando consorte "Esposo" (eran las leyes del reino y ella tenia que cumplir).
Aristócratas, adinerados duques en fin gente con mucho dinero y poder habían llegado de todas partes del mundo para ofrecer sus maravillosos regalos entre los que se encontraban: joyas, tierras, ejércitos, tronos, etc conformando así los obsequios para conquistar a tan especial criatura.


Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenia mas riqueza que amor y perseverancia, cuando le llego el momento de hablar le dijo: "Princesa te he amado toda la vida y como soy un hombre pobre no tengo dinero para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de Amor, estaré 100 días sentados bajo tu ventana sin mas alimento que la lluvia y sin mas ropas que las que llevo puesta, ese es mi dote".
La princesa conmovida por tal gesto de amor decidió aceptar "Estaba bien" -dijo- "tendrás tu oportunidad, si pasas la prueba nos casaremos".

Y así pasaron las horas, los días; el pretendiente estuvo sentado soportando los vientos, la nieve y las noches heladas, sin pestañear siquiera con la vista fija en el bacón de su amada; el valiente vasallo siguió firme en su empeño sin desfallecer si quiera un momento; de ves en cuando la cortina real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual con un noble gesto y una sonrisa abromaba la faena.
Todo iba a las mil maravillas incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
Pero al llegar el día 99....
Los pobladores de la zona habían saldo a animar al próximo monarca todo era alegría y jolgor, hasta que de pronto cuando faltaba aproximadamente 1 hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levanto y sin dar explicación alguna se alejo lentamente del lugar.
Unas semanas después mientras deambulaba por un solitario camino un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quema ropa: "¿Que fue lo que te ocurrió? estabas a un paso de cumplir la meta, ¿porque perdiste esa oportunidad?, ¿porque te retiraste?, con profunda consternación y algunas lagrimas mal disimuladas contesto con voz baja, "es que no me honro ni un día de sufrimiento, ni si quiera una hora, no merecía mi amor".

Los dos amigos y el oso

                                     

Dos amigos iban juntos por un camino cuando vieron surgir un oso enorme que lanzaba terribles rugidos.
-¡Socorro! -gritaron.
El más delgaducho no tardó en hallar refugio en la copa de un árbol pero su amigo, demasiado gordo, no pudo hacer lo mismo.
-¡Dame la mano y súbeme! -le suplicó.
-¡No puedo! -replicó el más flaco mientras subía cada vez más alto-. Si ayudo a alguien tan gordo como tú, corro el riesgo de caerme... ¡y no quiero que el oso me devore!
La temible fiera ganaba terreno. Sus fauces, de las que salían gruñidos terribles, se acercaban peligrosamente al hombrecillo más gordo.  De pronto, éste se dejó caer al suelo.
"He oído decir que un oso nunca ataca a un cadáver", se dijo el viajero, caído en tierra. "Voy  a hacerme el muerto".
Inmóvil, se hizo el muerto, en tanto que el oso le olfateaba con su enorme hocico. Después  el animal se marchó, convencido de que el hombre estaba realmente muerto. Cuando el oso se hubo ido, el otro viajero bajó al suelo y dijo a su amigo:
-¡Has tenido suerte! ¡Te has librado por los pelos! Me pregunto por qué se habrá marchado el oso. Incluso me ha parecido que te susurraba algo al oído -continuó -. ¿Qué te hadicho?
-El oso me ha recomendado que no vuelva a viajar, de ahora en adelante, con alguien que sólo piensa en sí mismo y que no te presta ayuda cuando tu vida está en peligro. Es en los momentos difíciles cuando se reconoce a los verdaderos amigos.
Y con estas palabras, el hombre regordete siguió su camino solo. 

El niño que habló con los peces

                                 El niño que habló con los peces
Lucas era un niño al que le encantaba jugar con el agua. Mejor dicho: le gustaba desperdiciarla. Cada día se olvidaba de cerrar los grifos, se pasaba mucho rato en la ducha, lanzaba a la calle globos llenos de agua... El hada Aqua se percató de todo esto y decidió convertir a Lucas en pez mientras dormía y dejarlo en un lago, cerca de su casa. Cuando el niño se despertó, le invadió un miedo enorme. ¡Estaba rodeado de agua! Delante suyo vio un banco de peces que discutían acerca de su nivel. Lucas se acercó a ellos. Los peces le miraron con expresión de profundo enfado porque sabían que era el responsable de que el lago estuviera quedándose sin agua. Entre todos lo llevaron hasta un lugar en el que sólo quedaban unos centímetros y le hicieron ver que allí ya no podía vivir ningún pez, y que, de seguir así, pronto, la situación de todo el lago sería igual. Lucas comprendió que lo que hacía en su casa repercutía en la vida de los peces, y que muchas de nuestras acciones tienen consecuencias en el medio ambiente, algo que nunca había pensado. Entonces, rogó volver a ser humano y prometió que cuidaría el agua como un bien precioso y escaso. El hada le hizo regresar y Lucas creó un grupo para proteger el lago y concienciar a la gente de la importancia de este líquido elemento.

El viejo y sabio perro cazador

                           El viejo y sabio perro cazador
Hace mucho, mucho tiempo, en un pueblo de montaña vivía un perro de caza, cuya avanzada edad le había hecho perder gran parte de las facultades que, en su juventud, hicieron de él el mejor can de la región. Un día, en una cacería, se topó con un hermoso jabalí al que quiso atrapar para su dueño. Puso todo su empeño y logró morderle una oreja, pero como su boca ya no era la que fue, el animal se escapó. Al oír el escándalo, su amo corrió hacia el lugar encontrando únicamente a su viejo perro. Enfadado porque había dejado escapar la pieza, comenzó a regañarle. El pobre can, sintiendo que no se merecía aquel trato, le dijo: «Querido amo, no creas que he dejado escapar ese hermoso jabalí por gusto. He intentado retenerlo igual que hacía cuando era joven, pero por mucho que los dos lo deseemos, mis facultades no volverán a ser las mismas. Así que, en lugar de enfadarte conmigo porque me he hecho viejo, alégrate por todos esos años en los que te ayudaba sin descanso». 
El cazador se quedó callado. Pensó cuánta razón tenía el animal, qué importante era respetarle ahora que era mayor y cuidarlo con más cariño que nunca, pues aunque no podía realizar grandes proezas, le había entregado sus mejores años para que él y su familia tuvieran una vida más feliz.